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L’Affaire Dreifus (III): El Consejo de Guerra

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El Consejo de Guerra se abre el 19 de Diciembre, ante siete jueces1.

La primera cuestión que se plantea es el “huis clos”; es decir, la celebración “a puerta cerrada”. El Ministerio de la Guerra, con el General Mercier a la cabeza, insiste para que se declare el “huis clos”, oficialmente porque se van a tratar asuntos que atañen a la seguridad de Francia;2 pero, en realidad (pues los documentos más comprometedores no salieron en los debates, como veremos) es más que probable que Mercier quisiese ocultar que toda la acusación contra Dreyfus descansaba sobre una única prueba, el “Bordereau”; y, exclusivamente sobre la similitud de su letra con la de Dreyfus que, como veremos estaba muy lejos de convencer a los expertos.

Ese era también el motivo por el que la familia Dreyfus, y su abogado Demange, se oponían a la audiencia a puerta cerrada: estaban seguros de que, si la opinión pública veía la inexistencia de pruebas, se impondría la absolución.

Tal medida sólo podía ser decretada por los Jueces, de modo que el Ministerio de la Guerra hizo presiones sobre ellos para conseguir que lo hicieran.

Por su parte, la prensa más antisemita y ultraderechista cargaba contra el “huis clos” que, según ellos (creyéndolo o fingiéndolo creer, para atizar más a Mercier) era una añagaza para absolver a Dreyfus.

Nada más empezar, el Comandante André Brisset, Comisario del Gobierno (Fiscal del Estado) exige el “huis clos”, por “necesidades de la defensa de Francia”. Pese a todos los intentos de Demange, a quien los jueces no dejan exponer sus argumentos,3 el Consejo de Guerra accede a decretarlo pocos minutos después de abrirse la sesión.4

Los testigos se suceden: sólo hablaremos de los más importantes.

Du Paty se mete en un jardín tremendo, describiendo sus interrogatorios y las supuestas reacciones culpables de Dreyfus. Pero el acusado se defiende bien, desmintiendo las acusaciones, y Demange ridiculiza al Comandante.5

El “Bordereau” se discute; Dreyfus demuestra que, en la fecha del documento, él sabía que no iba a ir de maniobras. Los informes filtrados a Alemania, o no estuvieron a su alcance, o pudieron estar en manos de cualquiera.

Henry, viendo que pinta mal, se hace llamar a declarar por Maurel; y jura por su honor, señalando un crucifijo que presidía la sala, que un caballero “honorable, de cuya palabra no se puede dudar”, le había señalado que Dreyfus era un traidor. Cuando Dreyfus, indignado, exige que se nombre a quien le acusa, Henry afirma, teatralmente (en la imagen), “Hay secretos en la cabeza de un militar que hasta su gorra debe ignorar”.6

El día 20 y 21 fueron escuchados los expertos que debían opinar sobre la similitud de las letras. Hubo discrepancia de opiniones: dos contra dos.7

Queda Bertillon, que sube al estrado con una pizarra y un montón de esquemas para demostrar que las letras son similares. Nadie entiende nada de su pedante perorata, pero eso mismo le hace ganar puntos ante los jueces. Para explicar las diferencias entre ambas letras, Bertillon se saca de la manga una curiosa teoría: la “Autoforgerie” (“Autofalsificación”): Dreyfus, temiendo que sospecharan de él, había deformado voluntariamente su letra, introduciendo trazos calcados de las letras de su mujer Lucie, y su hermano Mathieu. La diferencia de letras, para Bertillon, es otra prueba de la culpabilidad de Dreyfus, pues demostraba el esfuerzo del acusado por disimular su letra.8

Durante el Consejo se oyeron muchos otros testigos. Primero, los de la acusación: algunos, reclutados entre los "mouchards" (soplones) de la Policía, describen a Dreyfus como un jugador, un mujeriego, de catadura moral dudosa; otros, antiguos compañeros de Dreyfus (casi todos antisemitas) lo definen como altanero, pagado de sí mismo, excesivamente curioso; casualmente, "todos desconfiaron de él desde el principio".

Pero otros testimonios actuaron como descargo: algunos compañeros de armas (no judíos, en general) lo recordaban como un compañero leal, fiel y patriota. Compatriotas y conocidos de Alsacia testificaron la honestidad y el patriotismo de su familia.

Pero los chismorreos de taberna no podían demostrar la culpabilidad de Dreyfus, y no hicieron mella en los jueces.

Las cosas pintaban mal para la acusación. Sus testigos no habían podido demostrar nada, y sólo un único documento, el “Bordereau”, de autoría apócrifa, sostenía los cargos. Picquart informó a Mercier, Ministro de Guerra, que tanto podía haber condena como absolución.

Pero, previendo esa posibilidad, el Ministerio había hecho fabricar una auténtica bomba, un Dossier Secreto que, en abierta ilegalidad, se hizo llegar a los jueces, para decidirlos en contra de Dreyfus.9

Lo veremos en el siguiente capítulo.

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