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El coche del futuro

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A mediados del siglo XXI el señor Fittipaldi, un padre que pilotaba —decía el pobre— su viejo auto de gasolina y palancas, es introducido de malos modos por su familia en el hueco de la espaciosa cabina del vehículo autónomo. A trompicones tantea con creciente desazón el amplio y desolado interior en busca de un volante donde asirse. Al final de la infructuosa exploración, y tras descubrir que los asientos están en sentido inverso a la marcha, quedará adherido al cristal de la ventana, paralizado con los ojos fijos en el exterior, gritando en silencio, congelado en una mueca de angustia.

Ya entonces el coste del seguro que permitiría conducir al señor Fittipaldi será prohibitivo para una familia pobreburguesa. Las computadoras de las compañías de seguros han descubierto a base de la sangre, las lágrimas y otros muchos restos de humanos que los hombres con sus pobres sensores y sus emotivos y erráticos cerebros de gelatina provocaban infinitos más accidentes que las redes neuronales de chips de grafeno que manejan ahora los vehículos. Sólo las clases opulentas pueden costear los carisimos seguros que cubren los aparatosos accidentes provocados por la labilidad humana en los antiguos autos históricos. Sin embargo en raras ocasiones vemos a un rico conduciendo por una carretera; y en ese caso lo encontramos seguido de cerca por un nervioso dron de emergencias que marca su posición con frenéticas luces parpadeantes. Pero tal ocupación es una extravagancia de muy pocos, pues no tiene mucho sentido manejar ceñido a una dirección y a las estrecheces de una vía con un vehículo cuando con tu autogiro solar puedes sobrevolar un fiordo noruego, o mejor, cuando puedes pasarte el día follando en un yate en las islas Seychelles.

Poco tiempo después, las IAs persuadirán a las burócratas del Partido Ecofeminista de que se prohíba la conducción, y así se acabarán definitivamente los accidentes de tráfico. Viajar en automóvil será más parecido hacerlo en tren, pero dentro de un espacio personalizado, como pasar de una estancia de la casa a otra, si bien más pequeña y adaptada a los requisitos del viaje. En 2053 el coche se ha convertido en una “habitación móvil” donde el pasaje queda desvinculado de la experiencia de la conducción y hasta del mismo viaje. En ese habitáculo rodante, que se desplaza con parsimonia, pero inexorablemente, se continúa con las labores habituales del hogar, como entretenerse con videojuegos y ver femtoseries. El señor Fittipaldi, en aquel viaje cotidiano, dormita apaciblemente con unas “Gafas Glass” acompañado de los Teletubbies y otros clásicos de su época. El resto del pasaje también permanece ajeno al recorrido, indiferentes a la tormenta del exterior, a los cadáveres esparcidos de la masa depauperada y a otros aburridos acontecimientos hábilmente sorteados por el vehículo, mientras juegan a un simulador de coches de MadMax.

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