Cuidados Paliativos en la muerte de Jesús de Nazareth
Los Cuidados Paliativos son tan antiguos como la Humanidad. Desde el mismo momento en que el ser humano adquirió conciencia de lo inevitable de su mortalidad, y de la existencia de dolencias o accidentes físicos que no podían ser curados, buscó y aprendió remedios con los que, al menos, aliviar los síntomas que se presentaban.
Las tablillas sumerias de Nippur (IV milenio B.C.), o los papiros egipcios de Edwin – Smith (siglo XVI B.C.), donde se describe un tratamiento contra las arrugas a base de urea; de Ebers, (siglo XVI B.C.), de Lahun (III milenio B.C.), de Hearst (circa 2000 B.C.), etc describen tratamientos cuya finalidad, dado que el recopilador no pretende en muchas ocasiones curar la enfermedad, es meramente paliativa. Y lo reconoce: en ocasiones no titubea en decir “no le iría mal consultar con un sacerdote”, entendiendo como tal alternativa el recurso a las fuerzas mágicas sanadoras que en la antigüedad se consideraban tan potentes, si no más, como los remedios farmacológicos.
En realidad, tanto las civilizaciones y creencias más antiguas (aparte de las citadas, las sino-japonesas, americanas pre-colombinas, indostánicas, etc) como la cultura que, en torno del Mediterráneo, amalgamó la tradición greco-latino-cristiana durante toda la Edad Media y Moderna, nunca creyeron en la posibilidad de controlar las fuerzas de los dioses, la Naturaleza, o cualquiera que sea que rija los destinos del ser humano.
Por lo tanto, los Cuidados Paliativos siempre fueron una parte muy importante de la práctica sanitaria hasta el siglo XIX; cuando el Positivismo científico, y los nuevos descubrimientos científicos, expandieron la creencia en que la ciencia podría llegar a la cima del conocimiento y llegar a responder a todas las preguntas.1
No fue hasta el último tercio del siglo pasado cuando los Cuidados Paliativos dejaron de ser los "parientes pobres" del mundo sanitario; y los profesionales de la Medicina y Enfermería comenzaron a dar voz a los colectivos de enfermos y familiares que pedían una "muerte digna" (queriendo decir con ello una muerte sin sufrimientos, sin medidas que aumentasen la duración de una vida en ausencia de una mínima calidad).
En realidad este deseo, el de recibir Cuidados Paliativos para aliviar el sufrimiento, y de evitar medidas que prolonguen la agonía sin esperanza de mejoría, no es equiparable a la "eutanasia" que actualmente está en proceso de despenalización. No abordaré las diferencias en esta Tribuna, porque me quiero centrar en la actitud de la Iglesia, o de parte de ella, en este debate.
La aplicación de medidas paliativas no resulta, de ninguna manera, incompatible con el Magisterio de las diferentes iglesias cristianas (como tampoco de las escuelas judías, con la interpretación del Islam según las corrientes tolerantes, el budismo, hinduismo, etc.) y no debería ser obstáculo para la Fe de ningún creyente.
De hecho, hace muchos años que la Iglesia Católica considera el tratamiento paliativo como aceptable y aún deseable, aunque la práctica de ciertas medidas (no alimentación ni hidratación forzadas, no ingresos hospitalarios contra la voluntad del paciente si no existe esperanza razonable de curación, etc) pueda suponer un aparente acortamiento de la vida del paciente.
Y, de hecho, en el debate actual sobre la despenalización sobre la eutanasia hemos asistido a un creciente entusiasmo de la Conferencia Episcopal por los Cuidados Paliativos, como alternativa a la eutanasia; menudean las declaraciones y homilías pidiendo más interés e inversión pública en este tipo de asistencia. Bienvenido sea este fervor del converso, porque lo cierto es que, al menos entre algunos de ellos, no siempre se vio así. Veamos un ejemplo:
En 2008, poco después del final del "Caso Leganés" o "Caso Montes" - que daría para otra Tribuna2 - el Arzobispo de Pamplona., Fernando Sebastián Aguilar, hizo unas declaraciones sobre la "muerte digna", digamos... mejorables. Dijo que la muerte de Jesús de Nazareth en la cruz fue "absolutamente digna" a pesar de que "no tuvo cuidados paliativos".
A esto respondió por Twitter el Coordinador de Izquierda Unida, por entonces Gaspar Llamazares. Más o menos dijo: "Si yo supiera que soy Dios y voy a resucitar al tercer día, tal vez no pidiese con tanta urgencia Cuidados Paliativos". Como dicen ahora "¡Zas, en toa la boca!".
Pero ¿es cierto que Jesús de Nazareth no tuvo Cuidados Paliativos? Veamos...
Aunque la historicidad de los Evangelios es más que dudosa,3 dado que la Iglesia Católica afirma que su relato es cierto, nos valdrá para corroborar o refutar la afirmación de si un representante suyo puede decir que no le fueron dispensados Cuidados Paliativos
- En el Evangelio más antiguo, en Mc 15:23, figura que "Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó". Y ¿qué es la mirra? Aunque ahora es casi desconocida, excepto como regalo del Rey Baltasar, la mira es un arbusto aromático con cuya resina se elaboraba una substancia de fuerte poder analgésico y narcótico, que los romanos solían administrar a moribundos para aliviar sus últimos sufrimientos. También en el relato de Mateo (Mt 27:34) afirma "le dieron a beber vino mezclado con hiel". La hiel hace referencia a cualquier substancia amarga; de manera que, como la mirra era muy amarga (por eso se mezclaba con vino, para hacerla más agradable) parece que ambos libros coinciden en que se le dio un narcótico. Que el condenado lo tomara o no (tal vez para que no se embotasen sus sentidos) es lo de menos; pues es claro que los Evangelios afirman que se le ofreció.
- Poco más adelante (Mc 15:36; Mt 27:48; Lc 23:36; Jn 19:29) los evangelistas coinciden en que se le ofreció "vinagre" empapando "una esponja". Pero ¿qué era el vinagre? ¿por qué los soldados tenían vinagre? ¿Y la esponja?. Pues, aunque los evangelistas están empeñados en presentar el suplicio de Jesús como lo nunca visto, y de oscurecer el comportamiento de los romanos (y sobre todo de los judíos) haciendo aparecer como inicuos hasta los actos más piadosos, no era ningún escarnio. Porque resulta que el vinagre es la posca o "vino agrio", que sería mejor traducir por "vino añejo", una bebida muy utilizada por la Legión romana, pues se conservaba mucho más que el vino normal, era mucho más barato y, además, calmaba mejor la sed. Incluso el Antiguo Testamento lo cita como bebida deseable (Ruth, 2:14; Num, 6:3). También la utilización de la esponja se explica puesto que, al estar la cabeza del crucificado más alta que la de las personas que le dan de beber e inclinada hacia abajo, darle de beber con vaso o taza resultaba imposible. Básicamente sería como limpiar la boca del moribundo con gasas empapadas en tónica o similar para aliviar la sed, práctica común en Cuidados Paliativos hoy en día.
- Sigamos un poco más adelante. Sólo el Evangelio de San Juan (Jn 19:31-33) relata la intención de los romanos de fracturar ambas piernas de Jesús ("crucifragium"). Pese a que Juan afirma que no se llevó a cabo dicha práctica - debido a que el condenado ya estaba muerto - está documentado que, si la autoridad lo permitía, se podía llevar a cabo como una manera de acortar la agonía del crucificado, que era horrible.4
- Con la misma finalidad se procedía, en ocasiones, y siempre bajo control de la autoridad, a terminar con los sufrimientos del condenado asestándole una lanzada (con la espada corta romana no se llegaba bien). Nuevamente, es Juan (Jn 19:34) el único que refiere que a Jesús se le aceleró la muerte de esa manera. Por supuesto, dado que los Evangelios pretenden presentar la muerte de Jesús como un suplicio inaudito (cuando lo cierto es que en la Antigüedad se crucificaba a delincuentes "a troche y moche") y se niega cualquier rasgo de humanidad a romanos y, sobre todo, a judíos, Juan nos explica que tanto la lanzada como la fractura de las piernas (que no se llevó a cabo) obedecían a evitar que el sabbath (y la Pascua) resultasen profanados y a cumplir las profecías del Antiguo Testamento.5
En mi opinión, aunque los romanos aplicaban sus castigos con la misma, si no mayor crueldad que otros pueblos de la Antigüedad, no eran contrarios a ejercer la clemencia de conceder una muerte rápida a los condenados, salvo que existiera un odio personal contra el reo. En el caso de Jesús, condenado por Pilatos (y no por los judíos) por levantar al pueblo contra la autoridad de Roma, está claro que el prefecto no tenía nada personal contra él. y estaba dispuesto a ordenar el "lanzazo de gracia"; y que los soldados que guardaban la ejecución, aunque se burlaran de los condenados (circunstancia común, como se ha visto en la Historia en todas las ejecuciones públicas) también le facilitaron lo que podían ser los cuidados paliativos a su alcance: Anestésicos, narcóticos, alivio de la sed y una muerte rápida.