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Cuarenta años de corrupción policial a través de dos obras cinematográficas

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A los que tengáis Amazon vídeo (o seáis piratas sin escrúpulos como yo) os recomiendo la Trilogía Red Ridding para que la veáis todo lo rápido que podáis y, acto seguido, os traguéis La Ciudad es Nuestra, miniserie del autor de The Wire recién estrenada. Cuarenta años separan ambas tramas, que sin embargo comparten un estado de cosas casi idéntico pese al paso del tiempo.
Las tres películas de Red Ridding se desarrollan en la Inglaterra Thatcherista, siendo un fiel reflejo de la siniestra realidad de aquellos años en el país. En Yorkshire comienzan a aparecer niñas muertas, con alas de cisne cosidas a la espalda y una inscripción a cuchillo en sus cuerpos: "por amor".

Lo que parece ser obra de un asesino en serie marginal, sirve de hilo conductor para examinar la realidad social de Yorkshire a finales de los 70 y principios de los 80: una población brutalmente empobrecida por las políticas de reconversión, privatización y eliminación de servicios públicos dirigida por Thatcher. Unos niveles atroces de alcoholismo y prostitución. Y un cuerpo de policía absolutamente corrupto y brutal que se forraba controlando prostíbulos, bares y tráfico de drogas...y que reinvertía los beneficios que estos negocios les daban (aparte de blanquear toneladas de dinero negro) a través de un empresario de la construcción, el máximo cacique local.
A lo largo de las tres películas la policía detiene y tortura salvajemente a discapacitados mentales o toxicómanos para encasquetarles las muertes. Pero el jefe de policía sabe perfectamente quién es el psicópata: un intocable que satisface las perversiones sexuales de diversos miembros de la élite de Yorkshire (entre ellos el constructor que blanquea el dinero negro de la policía) con los niños que secuestra y acaba matando. Y por supuesto la policía jamás irá a por él porque, como le encanta repetir al jefe, "esto es el norte, donde hacemos lo que queremos". Eso sí, los policías amenazarán, apalearán y matarán a cualquiera que se atreva a investigar el caso y pueda desenmascarar al psicópata y sus amigos de la jet set.

Teniendo fresco el "esto es el norte, donde hacemos lo que queremos" del jefe de policía de Yorkshire, os invito a ver La Ciudad es Nuestra. Han pasado 40 años y Baltimore (EEUU en este caso) está consternada por el asesinato de un hombre negro bajo custodia policial. En esta tesitura se inicia una investigación en el cuerpo de policía de Baltimore que sacará a la luz una trama de corrupción policial a gran escala en connivencia con el crimen organizado.

Partiendo de que la policía es imprescindible en cualquier sociedad, la gran pregunta que todo país debe hacerse es el tipo de policía que quiere tener. Un gobernante demócrata y respetuoso con los derechos de la ciudadanía, querrá una policía limpia y comedida, que sólo use la fuerza contra los ciudadanos cuando sea absolutamente imprescindible, persiga con la máxima eficiencia a las redes criminales y sepa que todos sus actos van a ser fiscalizados, de modo que jamás tenga la tentación de propasarse.

Por el contrario, un gobernante corrupto que sólo legisla para las élites usará a la policía como agente represor y como arma para aterrorizar a la población, y fomentará la impunidad policial a fin de que los miembros más cafres del cuerpo sepan que, hagan lo que hagan, serán encubiertos por sus superiores y por las autoridades políticas. De ese modo, el pueblo no se atreverá a abrir la boca por el pánico a los porrazos y las torturas, y los muertos, heridos y tramas de corrupción policial que se deriven del clima de oscurantismo e impunidad creado, serán simples daños colaterales totalmente asumibles.

Las cámaras en los cascos de los antidisturbios, los números de placa bien grandes y visibles en el uniforme, la grabación íntegra de las detenciones hasta la puesta a disposición judicial del detenido...garantizan cuerpos policiales sometidos a la ley. Por el contrario, la institucionalización de la opacidad en la actuación policial genera mafias feudales que, una vez cumplida su misión de aterrorizar a la población para que no proteste, seguirán maltratándola y abusando de ella para sacarse un sobresueldo. Trump, Thatcher y tantos ministros del interior españoles lo sabían muy bien.

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