La “Cruzada de los Pobres”, o "Cómo los Sarracenos nos molieron a palos"
A finales del siglo XI, Jerusalén llevaba más de cuatro siglos bajo el dominio musulmán. Pero, por el Pacto de ‘ Umar, los cristianos tenían acceso a los Santos Lugares. Todo cambió cuando los turcos selyúcidas derrotaron al Califato Fatimí del Norte de África (con el centro de poder en Egipto) y, tras reprimir sangrientamente una sublevación local en Jerusalén (1078), prohibieron las peregrinaciones.
Y el Papa Urbano II, en Noviembre de 1095, proclamó la Cruzada.
Bueno, sí, en la Historia que nos enseñaban en el cole solía ponerse de relieve la motivación espiritual, y se pasaba por alto la cosa más prosaica. Por ejemplo, que el Papado había recibido angustiosas peticiones de ayuda del Emperador de Bizancio, Alejo I Comneno, y acariciaba la idea de reunificar las iglesias cristianas que se habían separado en 1054 (y con motivo, todo hay que decirlo); o que desde diferentes potencias comerciales europeas le presionaron para que se adhiriese a una guerra con el fin de abrir el comercio de Oriente; o, la más pedestre de todas, que el Papado estaba arruinado por sus despilfarros y la opción de vender - a precio de oro - a caballeros e infanzones el derecho a ser degollados en tierras de infieles… molaba.
El caso es que se predicó la Cruzada, y su impulso se extendió por toda la Cristiandad.
Mientras se preparaba lo que luego sería llamada la “Primera Cruzada” o “Cruzada de los Caballeros” - la que luego se llevaría toda la fama, por acabar conquistando Jerusalén - ciertos predicadores y miembros de la nobleza baja, como Pierre d’Amiens (llamado "el Ermitaño") y Gautier Sans-Avoir,1 entre otros, expandieron la noticia de la Cruzada en tierras de Flandes y el Norte de Francia.
Se vivían épocas convulsas. En 1096 la población campesina de esas regiones había sufrido sequías, hambrunas, plagas y epidemias; como consecuencia, había aumentado el bandolerismo, la ruina de pequeños comerciantes, y no es de extrañar que mucha gente creyera que estaban asistiendo al cumplimiento de las profecías que anunciaban el fin del mundo.2 Por lo tanto, entre los fanáticos y desarraigados sociales tenía cierta lógica partir “a la reconquista de los Lugares Santos”. Súmenle a eso bandoleros, maleantes y despistados, y tendrán un cóctel irresistible.
Es difícil calcular cuántas personas “se apuntaron” a la "Cruzada Popular". Se calcula que unos 40000 personas (incluyendo niños, ancianos y mujeres, que acompañaban a la comitiva) iniciaron la marcha hacia Tierra Santa. Durante el trayecto hubo nuevas incorporaciones, deserciones y combates contra las autoridades de las regiones por donde pasaban, así que se calcula que unas 100000 participaron en uno u otro momento en la aventura; de los que, al final, puede que llegaran a contactar con los turcos unos 20000, la mitad de los que salieron.3
El Papa Urbano II había proclamado el inicio de la Cruzada para el 15 de Agosto (fecha de la Asunción de la Virgen); pero Pierre d'Amiens, que llegó a Colonia el 12 de Abril, con intención de detenerse allí, predicar y reunir más voluntarios para unirse al ejército principal de cruzados, encontró imposible impedir que la muchedumbre que capitaneaba le arrastrase a la acción. Para empezar muchos de sus colaboradores (empezando por Gautier Sans-Avoir y otros capitanes) estaban deseosos de ganar fama y fortuna adelantándose a los “Señores”. Unos días después de su llegada Gautier, con unos miles de soldados - francos en su mayoría – partió; seguido a los pocos días por el grueso de las fuerzas, con el propio Pierre.
El caso es que el “Ejército Popular” -permítaseme el chiste - avanzó hacia el sudeste de Alemania y Hungría. Nadie había organizado la logística de las tropas; así que negociaban con cada señor local sus suministros o vivían del pillaje; lo cual, evidentemente, no les hizo muy populares entre las ciudades y los pueblos por donde pasaban.4
Además, a falta de enemigos musulmanes a quien masacrar, se dedicaron a organizar progroms contra los judíos de las zonas por donde pasaban. Para ellos no había diferencia entre infieles: judíos, turcos, árabes o paganos, todos eran adoradores del Diablo, y podían ser exterminados. El noble Emich de Flonheim y el predicador Volkmar, dos de los dirigentes más fanáticos de la Cruzada, se caracterizaron por impulsar algunas de las matanzas más salvajes.
En Mayo llegaron a Hungría, donde su rey Colomán les atendió amablemente (pero aplastó algunos conatos de bandidaje; momento que aprovechó Emich para volverse con viento fresco, viendo que la Cruzada no era solo pillaje y saqueo) y les facilitó suministros para que prosiguieran su viaje. Cualquier cosa antes de que se quedaran allí, depredando sus tierras como una plaga de langosta.
Hacia finales de Mayo los hombres de Gautier, que llevaba unos días de ventaja a Pierre y los demás, llegaron a Belgrado, ya territorio bizantino. El Emperador Alejo I, advertido de la inminencia de la Cruzada por los emisarios del Papa, estaba dispuesto a facilitar alimentos a los cruzados y preparaba almacenes y campamentos de acogida para ellos. Sin embargo, dado que Urbano II había marcado el 15 de Agosto como fecha del inicio de la expedición, la llegada de las turbas de Gautier pilló a los bizantinos por sorpresa. El gobernador de Belgrado pidió instrucciones a sus superiores sobre la conducta a seguir y, mientras esperaba respuesta, las huestes de Gautier se dedicaron a lo que solían hacer: saquear y robar comida. Los bizantinos mandaron tropas a proteger a sus campesinos y los cruzados tuvieron sus primeras escaramuzas militares... contra cristianos.
Sin embargo, finalmente se aclaró el “malentendido” y el Emperador dio orden de que se dejara pasar a Gautier y los suyos; y al gobernador bizantino de la provincia, en Nis, que les acogiera y les escoltara hacia Constantinopla.
Pero peor le fue a Pierre y sus tropas, más numerosas y menos disciplinadas y, por lo tanto, más dispuestas a los saqueos y masacres. Tras una serie de actos de pillaje, haber asaltado y destruido varias poblaciones, haber ocupado un Belgrado desierto tras la huida de sus habitantes, los cruzados llegaron a Nis, donde fueron acogidos por su gobernador. Tras varios enfrentamientos con la población de Nis, partieron hacia Sofía, pero la cosa acabó muy mal: el gobernador envió tropas para castigar a los culpables de los actos de violencia y los cruzados, sospechando traición de los bizantinos, intentaron atacar Nis. El resultado fue un desastre para las huestes de Pierre, que entre deserciones y muertes perdieron a la cuarta parte de sus hombres. Y es que muchos de los expedicionarios no parecían haberse dado cuenta de que saquear guettos judíos y rapar barbas de rabinos no era una campaña militar.
Pese a todo, continuaron la marcha; el 12 de Julio llegaron a Sofía, donde les esperaba la escolta enviada por Alejo I, para acompañarlos a Constantinopla (y evitar que la liasen parda) sin dejar que estuviesen más de tres días en un mismo sitio.
Los cruzados llegaron a Constantinopla el 1 de Agosto. Al parecer, Alejo I quedó decepcionado con la hueste de desharrapados que llegaban y, sabiendo que la “Cruzada de los Señores” estaba aún gestándose sugirió que se esperaran a que llegase el grueso de la expedición, consciente de que si partían hacia Asia serían aniquilados.
Pero Pierre estaba perdiendo ya completamente el control de sus huestes. Los caballeros y barones ansiaban entrar en combate, y arrastraron consigo a miles de palurdos. Gautier y Geoffrey Burel, capitaneando a los franceses, y un tal Reinalt por los italianos y alemanes, ardían de impaciencia en lanzar expediciones contra los turcos. Como no tenían turcos al alcance, se dedicaron a asaltar a los griegos ortodoxos de los alrededores de Constantinopla, en busca de botín. Alejo I, viendo que se estaba liando, decidió trasladarlos el 6 de Agosto a las costas de Asia Menor.
Pierre se quedó en Constantinopla, negociando con Alejo I, que continuaba recomendando prudencia. Pero sirvió de poco. En Septiembre los franceses, al mando de Gautier y Geoffrey, se internaron por su cuenta, devastando varios pueblos (que, pese a estar bajo el dominio turco, eran cristianos) y llegando hasta las cercanías de Nicea (Iznir para los turcos). Consiguieron un buen botín, y a la vuelta informaron haber derrotado a varios contingentes turcos (en realidad, pequeñas guarniciones turcas y pacíficos campesinos cristianos ortodoxos) con facilidad.
A los alemanes se les pusieron los dientes largos y, a mediados de Septiembre, Reinalt encabezó una expedición de unos 6000 efectivos y llegó, rodeando Nicea, hasta un castillo situado a cuatro días de marcha hacia el Este, llamado Xerigordos, que tomó al asalto. Allí pretendían hacer una base que permitiese asediar Nicea.
Pero Kilij Arslan I, sultán seljúcida de Rûm,5 no podía permitir tal afrenta, y mandó a un general muy capacitado, Elchanes, que salió con un ejército muy superior a los hombres de Reinalt (se habla de 15000 hombres) pero, sobre todo, se movió (gracias a la caballería) con tal velocidad que el 24 de Septiembre, tres días de haber tomado Xerigordos, los cruzados se encontraron bloqueados en la plaza, sin tener hechos preparativos para resistir.
Tan sólo cinco días después, el 29, los cruzados se rindieron, y los que no se convirtieron al Islam fueron asesinados. No se sabe si Reinalt murió o fue de los que se convirtieron.
La noticia de tal desastre no llegó al campamento principal cruzado. De hecho, se dice que los turcos, con astucia, propagaron mediante espías la Fake-New de que Reinalt había tomado Nicea. Pierre seguía en Constantinopla, organizando la llegada de suministros, y nadie pudo impedir que una muchedumbre (todo el resto de la “Cruzada de los Pobres”, unos 20000 – 30000 efectivos), al mando de Geoffrey y Gautier, se pusiese en camino hacia Nicea, donde esperaban participar del saqueo y del botín.6
No llegaron muy lejos (de hecho, Nicea estaba cerca de Constantinopla); los turcos les emboscaron en un valle llamado Civetot. Era un contingente relativamente pequeño (unos 5000 efectivos) porque pensaban, simplemente, hostigar a los cruzados y retirarse pero, cuando empezó el ataque turco, el pánico y desorganización cundió entre los confiados cristianos, que fueron aplastados sin remisión. Sobrevivieron las mujeres y niños que se rindieron (y fueron vendidos como esclavos), y 3000 cruzados pudieron escapar de la ratonera y atrincherarse al mando de Geoffrey Burel en un castillo abandonado. Gautier, y otros nobles, murieron en combate.
La escasez de los efectivos turcos (apenas eran más que los sitiados) y, sobre todo, la cercanía de Constantinopla, salvó a los sitiados, que era todo lo que quedaba de la “Cruzada de los Pobres”. Alejo I,7 informado del desastre, envió un ejército en su rescate; y los turcos, prudentes, se retiraron.
Algunos de los pocos que se salvaron, como Geoffrey, se unieron a la “Cruzada de los Señores”. También lo hizo Pierre d’Amiens, Pedro “el Ermitaño”, que continuó unos años en Tierra Santa hasta que volvió a Europa, donde se cuenta que fundó un monasterio agustino, y murió hacia 1115 (hay quien dice en 1131).
Así acabó la “Cruzada Popular”. Fue un desastre. Casi todos los participantes murieron o fueron esclavizados. Pese a creerse protegidos por el Espíritu Santo, solo prevalecieron cuando combatieron contra judíos o campesinos desarmados y pacíficos, cristianos o musumanes. En cuanto se encontraron tropas aguerridas y profesionales, su poder combativo se deshizo como el humo y fueron aniquilados.
Y es que… como dice el anónimo (por buenas razones) epigrama antiguo:
“Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos”
Más… o mejores.