La malicia desencadena en el cerebro la misma emoción que provoca un alimento podrido: nos disgusta tanto que evitamos esa fuente de intoxicación moral.
"Sabes, cuando yo era un niño, había un viejo granjero negro que vivía cerca de nosotros, llamado Monroe. Y él era… bueno, supongo que tuvo un poco más de suerte que mi padre. Se compró una mula. Eso fue un gran problema en esa ciudad. Mi padre odiaba esa mula, porque sus amigos siempre bromeaban con él al ver a Monroe arar con su nueva mula, y Monroe iba a alquilar otro campo ahora que tenía una mula. Una mañana, esa mula apareció muerta. Envenenaron el agua. Después de eso, no hubo…